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Cuando 70 paracaidistas nazis arrasaron una fortaleza defendida por 1.200 aliados

Ni la mítica 101ª División Aerotransportada norteamericana (famosa por combatir tras las líneas enemigas en Normandía y perder a decenas de sus integrantes en Las Ardenas), ni los populares «Red Devils» (los «paracas» británicos, conocidos por aguantar hasta la extenuación sus posiciones en «Market Garden»). No. Ninguna de estas unidades, por célebres que sean a día de hoy, fueron pioneras en lo que se refiere a arrojarse desde el aire sobre el enemigo para exterminarle. Este indiscutible honor, por el contrario, recae sobre los paracaidistas germanos: los temibles «Fallschirmjäger».

Pioneros en este campo, los hombres predilectos de Hermann Göring (comandante en jefe de la «Luftwaffe») se ganaron su fama de tropa de élite (para algunos historiadores inmerecida) tras el asalto aéreo sobre la inexpugnable fortaleza de Eben Emael el 10 de mayo de 1940. Un ataque en el que apenas 70 de estos combatientes (las cifras varías de 50 a 85 atendiendo a las diferentes fuentes) provocaron la rendición de más de un millar de defensores belgas.

Tras unos inicios bastante discutidos (fueron muchos los oficiales germanos que criticaron la utilización de los «Fallschirmjäger»), los paracaidistas alemanes tuvieron que esperar hasta mayo de 1940 para acometer la que, a la postre, sería su batalla más determinante: la de la fortaleza de Eben Emael. Un emplazamiento ubicado 24 kilómetros al norte de Lieja y que, tal y como desvela el historiador y periodista Jesús Hernández (autor del blog «¡Es la guerra!») en su obra «Breve historia de la Segunda Guerra Mundial», constituía «un complejo defensivo sobre el que giraba la resistencia de Bélgica ante un hipotético ataque procedente de Alemania». No en vano era considerada en la época como una posición totalmente «inexpugnable».

«Se había terminado en 1935 y, desde sus 35 baluartes artilleros, se dominaban cinco carreteras, el Mosa, el canal Stich, hacia el norte, y el sector más importante del canal Alberto, la vía fluvial por excelencia de Bélgica», explican Miguel del Rey y Carlos Canales en su obra «Fallschirmjäger». Hernández es de la misma opinión: «El fuerte constaba de una serie de búnkeres unidos por una red de túneles de siete kilómetros de longitud. Era totalmente autosuficiente, disponía de agua corriente, cocinas, cuartos de baño y un hospital, todo ello alimentado por generadores de electricidad. La parte superior es una extensa llanura, difícil de distinguir de los campos circundantes, en la que incluso crece un tupido bosque».

 

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